2/18/2015

POSSESSIVUM MATRES: UN MAL ENDÉMICO

No soy madre pero he conocido muchas, incluso tengo una. Estoy casada con un padre de dos hijos que un día fueron niños, y me dedico al Derecho de Familia. En fin, tengo conocimientos suficientes para escribir sobre las consecuencias de la influencia de una madre separada o divorciada sobre sus hijos. 
Empezaré pidiendo disculpas a todas aquellas madres que pudieran sentirse ofendidas por mi reflexión. Las verdades acostumbran a doler y, a menudo, no se ven cuando afectan a uno mismo. Suelen quedar ocultas por grandes dosis de orgullo y egocentrismo. Engendrar y parir un hijo no confiere exclusividad alguna en términos afectivos. Hay madres que esto no lo entienden y, por ende, no admiten que el amor que pueda sentir un padre hacia sus hijos pueda ser exactamente el mismo. Desafortunadamente, el amor es intangible, no podemos ponerlo sobre una balanza para hacer ninguna suerte de demostración empírica. Mientras dura el vínculo afectivo entre la pareja, el sentimiento de amor hacia los hijos es (salvo tristes excepciones) plenamente compartido y, en términos generales, no plantea ninguna duda. El hijo/a no puede verse de ninguna otra manera que como el fruto del amor, el respeto y la admiración mutua que se profesa la pareja. Podrán surgir desavenencias o diferentes puntos de vista sobre su educación, en el marco de la convivencia, pero el “pequeño fruto del amor” resultará indemne. Ninguno de sus progenitores permitirá que pueda sufrir las consecuencias de estas desavenencias. Ahora bien, cuando la relación de pareja se rompe, lo pequeño se engrandece y el sentimiento de algunas madres –las possessivum matres- hacia sus hijos se magnifica en la misma proporción. Los hijos que meses antes de la ruptura eran de ambos pasan a ser exclusivamente suyos. De repente, se instaura en ellas un temor incontrolable. El temor a que el amor paterno, que antes estaba sobre una bandeja de la balanza en perfecto equilibrio con la que albergaba el amor materno, pueda llegar a pesar más. Es entonces cuando, cual arácnido, lanzan una especie de cordón umbilical invisible, con la intención de atraer hacia ellas toda la atención de sus hijos. El vínculo más fuerte puede incluso llegar a desembocar en un síndrome de alienación monoparental de terribles consecuencias. A menudo, esta atracción es llevada a cabo de una manera muy sutil y lenta. Dificultando así poder percatarse de lo que está sucediendo. A este hecho, debe añadirse las dificultades que muchos padres tienen para enfrentarse a sus hijos adolescentes. A quienes no consiguen hacer cambiar su actitud rebelde y egoísta, albergando la esperanza de que algún día cambiaran. Evitando de este modo discusiones y enfrentamientos desagradables con ellos. Esto lo aprovechan con habilidad las possessivum matres para conseguir un mayor acercamiento de sus hijos, dándoles lo que ellos más desean: libertad, razón y ficticia comprensión. Convirtiéndose en pseudo amigas y colegas, y, por lo tanto, dejando de ser madres. La finalidad (alejar a los hijos de los padres) es menospreciable, y el hecho de que, en ocasiones, este actuar sea inconsciente no las disculpa. ¿Acaso es menos madre una madre que adopta que una madre que pare?. ¿Acaso es menos madre la mujer que no da el pecho a su hijo que la que sí lo hace?. Las preguntas parecen banales, pero no lo son. Bien al contrario. Están plagadas de contenido. ¿Cuántas veces hemos escuchado aquello de que llevar en el vientre a un hijo hace que se establezca una relación especial?. Aún sin haberlo experimentado, podría estar de acuerdo. Pero en lo que nunca estaré de acuerdo es que este sentimiento sirva para justificar actos de dominación y control sobre los hijos. Detrás de frases como: “La mama me entiende”, “La mama me deja”, “La mama ya lo sabe”, “La mama no me dice nada”, etc. hay una gran labor de manipulación, aprovechada por los hijos a su plena conveniencia, que acaba en un indeseado distanciamiento entre hijos y padres. Quienes ven pasivamente como se va dañando la relación con sus hijos, sin saber muchas veces qué hacer para evitarlo. Las palabras y la perseverancia pueden ser útiles para evitarlo. 
Meritxell Armengol Sanz Advocada (ICAB: 19.473)

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